18 enero 2007

Not to have an audience is a kind of death

Pensaba ella sin concesiones en aquella esposa joven que, ya bien entrada la noche, mientras daba de mamar al último niño, y quizás con otro en el regazo, se esforzaba por mantenerse despierta durante la única ocasión de leer que tenía. Y volvía a sentir la temperatura de la calle en la mejilla cuando, de vuelta de una reunión intempestiva, él la encontraba de aquella suerte, y estimulado y ardiente, oliéndole la piel, la engatusaba: “Voy a llevar al niño a la cama... deja el libro, no leas, no leas”.

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¿Os he hablado de Lisa, la que me enseñó a leer? De clase alta era, pero noble de corazón. Yo tenía dieciséis años; me pegaban; mi padre me pegaba para que no fuera con ella. Estaba prohibido, ella era tolstoiana. Por la noche, ante perros que aullaban, perros feroces, hijo mío, entre las nieves del invierno y por la carretera, iba yo en su coche como una señora, hacia los libros. Para ella, la vida era sagrada, el conocimiento era sagrado y ella me enseñó a leer.

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Ambos fragmentos son del cuento Dime una adivinanza, de Tillie Olsen. La frase del título de esta entrada también es suya. Tillie murió el pasado 31 de diciembre (o el 1 de enero, según la fuente), a los 94 años. Yo me enteré ayer... de casualidad.


Sólo no leerla significaría dejarla morir del todo.

Coge el libro, lee, lee...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Marcharse, desaparecer... partir. Ausencia, no, no me asusta la ausencia... me asusta el olvido.

Vagamundos