20 enero 2015

Páginas

La página tiene una existencia solapada. Perdida entre sus hermanas bajo las cubiertas de un libro, o elegida especialmente para contener ella sola unos limitados garabatos; pasada, arrancada, marcada con un doblez, perdida o recordada, destacada o borrosa, leída por encima o inspeccionada, la página entra en nuestra conciencia de lectores sólo como un marco o continente de lo que queremos leer. Con su estructura frágil, apenas corporal en sus dos dimensiones, los ojos la perciben vagamente mientras siguen el rastro de las palabras. Como un esqueleto que sostiene la piel de un texto, la página desaparece tras su propia función, y en esa naturaleza tan poco atractiva se encuentra, precisamente, su fuerza. La página es el espacio del lector, también su tiempo. Al igual que los números cambiantes de un reloj electrónico, va marcando las horas, una condena a la que nosotros, como lectores, debemos someternos. Podemos volver lenta o acelerar nuestra lectura, pero más allá de lo que hagamos, en nuestra actividad de lectores el transcurso del tiempo siempre estará marcado por la vuelta de una página. La página limita, corta, extiende, censura, reestructura, traduce, acentúa, desactiva, tiende un puente y separa de nuestra lectura aquello que con tanto ardor pretendemos reivindicar. En ese sentido, el acto de leer es un conflicto de poderes, entre el lector y la página, sobre el dominio del texto. Por lo general, gana la página.

[Alberto Manguel traza una "Breve historia de la página" en su Nuevo elogio de la locura.]

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[The Art of Google Books es un espacio que recoge "incidencias" en el escaneo de libros por parte de Google Books. Páginas que vuelan, se distorsionan, dedos que interfieren en la lectura, o la poca destreza de algunos trabajadores pasando páginas, como el que literalmente "vemos" romper la página 227-228 en las dos últimas imágenes, pues hay una rotura en el verso que no existía cuando se escaneó el recto...]

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